España e Italia, los dos últimos campeones mundiales, se disputan la Eurocopa 2012. En cuanto al peligro italiano Mario Balotelli suena mucho, pero Pirlo y cía importan más.
Aquí estamos de nuevo. Por tercera vez en cuatro años. Por quinta ocasión en los últimos noventa. En una final y plenos de confianza, sin rastro de nuestro fatalismo histórico. Desde que España se clasificó en los penaltis contra Portugal casi todos compartimos la sensación de que lo peor ya ha pasado. Tal y como sucedió en Viena y Johannesburgo (tal y como ocurrió tras los cuartos de final de aquellos torneos), la final de Kiev se afronta como el falso llano que corona una gran montaña. No hay fantasmas aquí arriba, sólo cielo despejado.
A falta de un partido para completar la última aventura, las historias de nuestros éxitos están escritas con la misma tinta y en la misma progresión: dudas, sufrimiento y confianza. Sin embargo, ningún campeonato lo hemos disputado tan justos de fuerzas ni contra rivales tan advertidos, sin Villa y sin Puyol. Desde ese punto de vista ningún título tendrá tanto mérito. En Polonia-Ucrania no hemos disfrutado de la espontaneidad del principiante o de la ilusión arrebatada de quien cumple un sueño por primera vez. En esta oportunidad la conquista ha sido consciente y racional. La diferencia es relevante: aquí no estamos en la lucha por un amor juvenil (fácil), sino en la pelea por mantener un matrimonio (arduo).
En rojo. Que nadie se engañe. Hemos llegado a la final sin nueve, sin gol y con los bajitos en luz roja. Nuestro equipo mejora en las segundas partes con los cambios, pero no hay quien los plantee antes. Bastante cuesta sustituir a Silva o Xavi como para dejarlos en el banquillo de inicio. Inamovible el doble pivote (la carta que se reserva el técnico), la única pieza susceptible de ser cambiada es la única que se cambia: el delantero, falso o no. Piensen en ello cuando se dispongan a criticar a Del Bosque.
Pese a todo, somos favoritos contra Italia. La razón es que nos queda una marcha por meter, o esa sensación da. Además, todavía nos falta el gran partido del campeonato (Italia puede haberlo jugado ya contra Alemania). Y lo que es más importante: los futbolistas son los primeros en irradiar la confianza que nos alimenta a nosotros.
Para los azzurri no existe falso llano. España es el dragón en la puerta del castillo y, si difícil fue lo anterior, todavía les resta lo más complicado. Han ganado moral y fútbol, sin embargo viven gracias al biscotto que no devoramos. Se ven estimulados por el escándalo del calcio, aunque también les amenaza el cansancio. Son un retazo de España, pero el telar es nuestro.
Si ponemos nombre a los peligros, Balotelli suena mucho, pero Pirlo, Montolivo, Marchisio y De Rossi importan más. Ellos tratarán de arrebatarnos la pelota y el timón. Tampoco olvidemos a Cassano, cerebro gris del ataque (quién se lo iba a decir a sus neuronas).
En España persiste la intriga del nueve para hacernos los interesantes. La opción realista es Cesc y la romántica Llorente (inédito y mosqueado). Entre ambos se mueven Torres y Negredo. La prueba del debut fue contradictoria: Fàbregas marcó, pero los centrales italianos sufrieron más con Torres sobre el campo.
El partido está repleto de alicientes. Será la primera vez que se enfrenten en una final, de Mundial o Eurocopa, los dos últimos campeones del mundo. Será la primera victoria oficial de la Selección sobre Italia en 92 años, en caso de que se logre. Será el primer chasco en cuatro años o el triplete que nadie vio. Será España, probablemente.